Javier Cebreiros tiene un sueño, según cuenta en su perfil de linkedin: “¡quiero cambiar el mundo! (mi mundo) y lo haré a través de la comunicación positiva, con un mensaje propio basado en creer en las personas y en sus posibilidades. Escribo, leo, comunico y disfruto poniendo en práctica esa idea en múltiples proyectos empresariales y sociales en los que participo. Me encantan las personas y por eso trabajo cada día para ser mejor profesor, porque me gusta tanto compartir ideas en cursos, encuentros, sesiones y conferencias; como escucharlas con atención, ¿tomamos un café?”.
Ahora que ya sabes quién es Javier, te dejo con sus 5 consejos para perder el miedo escénico:
1. Olvida tu lenguaje corporal.
Son múltiples los cursos y libros que defienden el desarrollo del lenguaje corporal, el tono de voz o los gestos como elementos clave de nuestra comunicación. Sin embargo, mi apuesta es que lo verdaderamente determinante son nuestras emociones y lo que nosotros somos. Las personas comunicamos constantemente y no durante un tiempo de exposición concreto, sino durante veinticuatro horas cada día, con lo que lo más importante no es cómo lo hacemos, sino cómo somos. En resumen: para ser mejor comunicador hay que trabajar para ser mejor persona.
2. Más importante que ‘cómo’ hablas, es ‘para qué’ hablas.
Muchas veces las personas están mucho más pendientes de cómo hablan (manos, gestos, mirada… como comentábamos antes) que de lo verdaderamente importante: ¿para qué estás ahí? Incluso antes del discurso, de la forma y de muchos factores, la pregunta importante es si verdaderamente tiene sentido para ti esa conferencia. Esto lo digo porque las personas que hablan con sentido (véase los buenos profesores, Luther King…) era porque para ellos era francamente importante y significativo dar esa conferencia.
3. Somos las emociones que comunicamos.
Es mi frase más conocida. Está demostrado que las emociones no se pueden ocultar, se reconocen y se contagian. De este modo, si yo llego triste o feliz, tú lo reconocerás y te contagiarás de mi estado. Esto me ha llevado a resumir que al final, somos las emociones que comunicamos; algo que tiene dos lecturas. Por un lado, nos recuerda la importancia de nuestro estado en nuestras relaciones con los demás, ya que nuestras emociones afectan a los demás. Por otro lado, si esto es así, llega el ejercicio más difícil de practicar: trabajar cada día las emociones positivas.
4. Lo más importante de una presentación no eres tú, son los demás.
Creo que el ego es uno de los mayores enemigos de cualquier ponente y presentación. Soy un firma defensor de la humildad, dado que creo que en cualquier presentación lo verdaderamente importante es la audiencia, que es a la que hay que aportar valor. De ahí que lo interesante no está en pensar en uno mismo (ni cómo nos movemos, ni cómo nos está saliendo, ni qué proyección me da esta ponencia) sino pensar en los demás: ¿está siendo valioso para el que está ahí?
5. La autenticidad es la mejor de las diferencias.
Cuando uno piensa en los mejores profesores que ha tenido en su infancia, estoy prácticamente seguro que no era por cómo se movían, las palabras que usaban o su lenguaje corporal. Seguramente compartiesen dos características geniales: autenticidad y pasión. Eran ellos mismos, y eso es lo que les hacía ser diferentes; y por otro lado, amaban su materia, y sobre todo, dar clase. Les gustaba ver nuestro crecimiento, y eso se expresaba por cada poro de su piel.
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[Gracias, querido Javier, por tu amistad y tu colaboración en este blog]